Wynton Marsalis es bien conocido en su faceta de músico. Su aparición a caballo entre los 70 y los 80 fue uno de los factores que posibilitó la vuelta del jazz acústico a escena cuando este se encontraba oculto tras el éxito del jazz-fusión.
Si a esto sumamos su carrera como músico clásico (ha ganado grammys en el ámbito del jazz y de la clásica) obtenemos un perfil que acabaría con él como director del Lincoln Center, como representante del jazz.
Él problema, en mi opinión, no es tanto que su figura sea la de un neoclasicista en la práctica (cada cual sigue su vía personal y esta es muy loable), sino q sus opiniones son bastante intransigentes con todo aquello que no esté anclado en la tradición ni en lo acústico.
Y en esta línea se sitúa este texto, al igual que hiciera en la serie Jazz de Ken Burns, donde es presentado poco menos como el mesías que redimió al jazz de su desviación. Dice del Miles Davis de los 70 y 80 que era todo adulación y comercio, habla del rap como de un espectáculo juglaresco y dibuja un retrato apocalíptico donde dice que “la juventud ha perdido por completo el control”.
En medio de todo este tono mesiánico rescatamos las opiniones sobre el poder que la música tiene para provocar sentimientos profundos en la gente (muy cercanos a conceptos religiosos).