
En medio de la sobredosis actual de biopics detrás de los cuales se halla principalmente la industria y la mitomanía, se agradece un proyecto como este donde se respira pasión y admiración hacia la figura del retratado.
Don Cheadle, que escribe, dirige y protagoniza la cinta, convivió durante los años de gestación del proyecto con la trompeta, llevándola a todas partes y aprendiendo a tocar muchos de los solos que salen en la película.
El trabajo que hace en este sentido y en el gestual son maravillosos –Herbie Hancock o Wayne Shorter se quedaron estupefactos al verlo grabar por el gran parecido con Miles-.
Pero más importante es la comprensión de la figura de Miles Davis, el trompetista que fue capaz de cambiar la historia del jazz en varias ocasiones. Un artista que odiaba repetirse y nunca miraba hacia atrás.
Así lo que Cheadle propone no es una mirada cronológica de su vida, con sus típicas loas y críticas. Él mismo propone un viaje creativo entorno a su figura, y así la trama disemina momentos musicales –muchos y muy buenos- trata el tema de la droga, las amistades, el amor –fallido con su mujer Frances- e incluso inesperadas escenas de persecución al más puro estilo thriller.
Si bien el objetivo no es alcanzado en su plenitud, hay que agradecer el esfuerzo por no realizar otro biopic más al uso, y ser valiente en la apuesta.
La legitimación del proyecto no puede ponerse en duda cuando en ella participan el hijo y sobrino de Miles Davis, algunos de sus excompañeros musicales o figuras actuales.
La película se despide con una actuación que es una hipótesis sobre qué podría estar tocando hoy en día Miles si todavía viviera. La banda incluye a Shorter, Hancock, Esperanza Spalding, Robert Glasper, Antonio Sanchez… Quizás no sería esta la banda escogida, pero en todo caso es un All-Star asombroso…