Song without end

Durante muchos años la música clásica fue considerada como la música culta y más elevada y por tanto merecedora de ser encumbrada al igual que sus intérpretes y compositores, paradigmas de lo excelso y lo trascendente.
Y dentro de esta visión se engloban biopics como el presente, que trata la vida del virtuoso Franz Liszt, uno de los compositores –sobre todo pianísticos- más importantes del siglo XIX, que prefigura la imagen del intérprete divo que se encuentra por encima del bien y del mal, y cuyo comportamiento debe ser exculpado en cuanto a sus excentricidades y caprichos ya que se haya “poseído” por su arte y no puede comportarse como el resto de la población dejándose llevar por sus nimiedades.
A pesar de ser una película de la década de los sesenta estamos ante una obra muy clásica –sus directores pertenecen a la edad dorada de Hollywood- que presenta una vocación épica en el tratamiento de la historia.
Vemos a un Liszt en la etapa intermedia de su vida, su relación amorosa con la condesa Marie D’Agoult, su romance con la esposa del zar, la amistad con Chopin y George Sand, la admiración por la obra incipiente de Wagner o la rivalidad con otros virtuosos del piano como Thalberg.
La película ofrece muchas interpretaciones solistas y orquestales –en evidente playback solventado a duras penas por el eficiente Dirk Bogarde- de la música del compositor. De hecho en la apertura de los créditos de la MGM ya podemos escuchar el leitmotiv del Concierto para piano nº1 de Liszt en lugar de los habituales rugidos del felino.
La película obtuvo el Oscar a la mejor Banda Sonora en los tiempos en los cuales, la ausencia de música original no pesaba en la elección del galardón.
Para fanáticos del piano y del cine clásico ampuloso.