
«Mamá y papá eran un par de críos cuando se casaron. El tenía 18, ella 16 y yo tenía 3 años».
Así comienza la autobiografía de una de las cantantes más famosas del siglo y más mitificadas. Y en parte es debido a la difusión que tuvo esta autobiografía que sentó las bases de la “artista maldita”.
Toda la biografía presenta datos cuando menos dudosos -sus padres no se casaron nunca y eran mayores de lo que ella afirma- presentando en muchos momentos relatos casi de autoflagelación como si su vida hubiera estado predestinada a acabar mal. Incluso en relación a las drogas, habla de la mala suerte que fue que la persiguieran por ellas cuando ya lo había dejado cuando está claro que nunca pudo controlar las adicciones, y no en vano, fue diagnosticada de cirrosis poco tiempo antes de morir.
Se queja del mal trato por parte de promotores y managers -que en esa época ciertamente abusaban de los artistas- si bien reconoce haber ganado mucho dinero y dilapidarlo igual de rápido. Otros artistas posteriores como Ray Charles o James Brown parece que tomaron nota de como llevar mejor el negocio.
Es indudable que la vida de Eleanora Fagan no fue fácil y que los momentos en que actuaba eran sin duda la mejor parte del día. Tuvo relación con algunas de las figuras históricas del jazz como Benny Goodman, Artie Shaw, Teddy Wilson, John Hammond, Joe Glaser y sobre todo su alma gemela, Lester Young, con quien interpretó algunas de las melodías más admiradas de la historia.
Cantante sin formación ni técnica específica y limitado rango, su punto fuerte radicaba en la interpretación, en hacer vivir al público las letras de sus canciones como sucede con sus dos temas más famosos God Bless the Child y Strange Fruit.
Sin duda, el relato que constituye la autobiografía ayudó a construir la imagen que hoy se tiene de ella como casi “mártir del jazz”. Es por ello que merece la pena leerla para conocer el origen y poder revivir su paso por este mundo en una narración de primera mano.