El 8 de diciembre de 1980 John Lennon fue asesinado en la puerta de su casa en Nueva York por un fan perturbado. Se extendía como una explosión la noticia de un crimen que traumatizó a una generación: al mundo de la música se le arrebataba uno de sus mayores símbolos: el Beatle rebelde, el héroe de clase trabajadora, el ídolo pacifista, el genio desencantado… Millones de personas se sentían identificadas con sus canciones, arrobadas por su carisma y currículum e impresionadas por su compromiso con las movilizaciones de izquierda.

Cumplidos los 25 años, John Lennon era la superestrella global que había fundado el grupo de rock más influyente de la historia. A los 30 ejemplificaba la figura del artista comprometido que no temía arriesgar su fama y su carrera en pro de sus ideales. Con 40, su muerte dejó una sensación excepcional de vacío y perplejidad. El crimen disparó un aura de peligrosidad en los ídolos de masas y dejó huérfanos a los miles que veían en él al roquero antibelicista que luchaba contra sus demonios con canciones que nos tocaban a todos.

Como persona, mil claroscuros, brutal ingenio y humor cáustico; como artista, amante del absurdo y los juegos de palabras; como músico, talento incuestionable para absorber influencias y crear melodías; como Beatle, acarreando el peso de estar en el dúo compositivo más poderoso del rock; como artista en solitario, capaz de dispararle el lagrimal en riguroso directo a la que suscribe en cuanto empieza Jealous Guy.
Lennon procedía de una familia humilde y su infancia problemática, afectada por la ausencia de su padre y la relación intermitente de su madre, tendría efectos duraderos en su vida y carrera. Sin embargo, Julia ejerció también una influencia positiva, mostrándole música y enseñándole a tocar algunos instrumentos. Al joven Lennon le estalló la cabeza cuando escuchó rock and roll por primera vez y supo que había oído su llamada. Primero esa llamada fue Bill Haley & His Comets y luego Elvis Presley. Se inició de adolescente en el skiffle y fundó The Quarrymen, donde su innegable carisma como líder, presencia y furor por hacerse un hueco en el rock estaban a la vista de todos.
En 1957 conoce a Paul McCartney. Los dioses hablaron y surgió la semilla de lo que sería The Beatles: el antes y el después. Tras hacerse un nombre en Liverpool en el ahora mítico club The Cavern y vivir múltiples locuras en Hamburgo siendo apenas mayores de edad, el dream team definitivo (John, Paul, George y Ringo) saca su primer disco, “Please Please Me”, en 1963. El resto es historia grabada a fuego en la memoria musical de nuestros padres (si eres millennial viejoven como yo) y en el de las generaciones venideras aquejadas de beatlemanía del uno al otro confín: “Estaban The Beatles, y luego estaban todos los demás”.
If I Fell, dentro de la película “A Hard Day’s Night” (Dir. Richard Lester, 1964)
Curiosidad, talento, energía juvenil y el maná divino de la inspiración garantizaron casi una década de maravilla sin fin. En entrevistas y documentales es fácil ver lo bien que se lo pasaban: eran cuatro críos que se divertían y hacían canciones sin parar. John casi nunca desaprovechaba la oportunidad para hacer el ganso y sacudir al personal con su ingenio, como aquel concierto en el que en presencia de la mismísima Isabel II solicitó ayuda del público pidiendo que los de los asientos baratos dieran palmas y el resto agitaran sus joyas.
Twist and Shout en el Royal Variety (1963)
El Beatle listo, el ácido, el más roquero, el de las inquietudes artísticas, el de la lengua afilada, el más apesadumbrado. Es sabida la inseguridad que sentía sobre sus aptitudes. Nunca se consideró un músico serio y nunca le gustó su voz: le pedía al productor (el genio George Martin) que hiciera lo que fuera para que sonara diferente. De ahí surge el característico double track vocal de Lennon: casi siempre se grababa dos veces y superponía las pistas. Pensara él lo que pensara, con su reconocible factura raspada, sus alaridos roqueros y su quejido en las baladas más desoladoras, toda la fuerza y carga emocional de su voz se te mete en el hipotálamo para no salir. Con The Beatles y su insuperable tándem/pique con Paul, Lennon le regaló numerosos tesoros al mundo. You’ve Got to Hide Your Love Away, Norwegian Wood, Nowhere Man, Strawberry Fields Forever, Tomorrow Never Knows, I Am The Walrus, Lucy In The Sky With Diamonds, A Day In The Life, Baby You’re A Rich Man, Dear Prudence, Sexy Sadie, Happiness Is A Warm Gun… Lo cubre todo: querible, chulesco, hundido, juguetón, rocanróler, crooner, experimental… y un grandioso compositor.

En su corta carrera discográfica (1963–1970) y a la vista unánime de crítica, público y compañeros de profesión, The Beatles abrieron la puerta a lo grande para innovaciones inusitadas en el pop-rock, no sólo en melodías y armonías vocales, sino en la experimentación con distorsión, cacofonías, playback inverso, idas de olla orquestales (con permiso de Brian Wilson), estructuras novedosas o una reducción a la mínima expresión armónica en forma de tema de un solo acorde. Fueron fundamentales para el reconocimiento artístico de la música popular. Lo mires por donde lo mires, te gusten más o menos, los Beatles lo cambiaron si no todo, casi.
Tomorrow Never Knows
Del desenfado inicial, las cuitas sobre amor no correspondido, viajes psicodélicos, la fama o la inseguridad fueron virando hacia una mayor oscuridad. En los últimos años, Lennon se volvió hacia sí mismo, sus canciones adquirieron mayor crudeza y el papel de líder fue pasando paulatinamente a Paul. A finales de los 60, The Beatles atraviesan una amarga racha de desavenencias y empiezan a hacer pinitos en solitario, lo cual tampoco es de extrañar: cuatro artistas de tamaña envergadura, con el tiempo, iban a necesitar ir por libre. John conoce a Yoko. Aunque no puedo evitar decirlo un poco a regañadientes, la culpa de todo no la tuvo Yoko Ono: John se hubiera ido de todas formas. Con todo, siguió creando temas memorables hasta el final, como algunos de los más bestias y admirados en “Abbey Road”, el último disco de estudio de The Beatles. Hay que dejar las cosas cuando estás en la cúspide, dicen. Igual eso también lo inventaron ellos.
I Want You (She’s So Heavy)
En la década siguiente Lennon sacó ocho discos, tres de ellos con Yoko, y colaboró en varias ocasiones con lo más granado: George y Ringo en sus proyectos en solitario, David Bowie, Elton John, Keith Moon o Harry Nilsson. En sus canciones fuera de The Beatles —algunas geniales, otras prescindibles— vemos consolidadas sus inquietudes vitales, emocionales y políticas, casi como un “querido diario” en forma de temas de 4 minutos. Su refriega existencial contra un mundo que él veía desquiciado y podrido, además de las luchas con sus propias sombras, impregnan su discografía.
Mother
Su primer disco, “John Lennon/Plastic Ono Band” (1970) lo produjeron el propio Lennon, Ono y nada menos que Phil Spector. Con un sonido bastante crudo, el recurso marca de la casa de la voz en doble pista y una producción back to basics, un desolado John se abre las carnes. Nos habla del abandono en la desgarradora Mother, con su lúgubre augurio inicial de campanas y los versos “Mother, you had me, but I never had you”; su descreimiento en God (“God is a concept / By which we measure / Our pain”); sus fantasmas de clase en la dylaniana Working Class Hero o su ansiedad existencial en la preciosa Isolation. La crítica lo recibió bien, pero la explicitud de sus problemas apartó al público, acostumbrado a un Lennon activista y un poco intenso, sin duda, pero no gritando traumas infantiles a los cuatro vientos. Nos puede incomodar, pero hay que reconocer que estuvo dispuesto a llegar muy lejos en su propio dolor sin buscar el sensacionalismo (por lo menos conscientemente).

Fuera por la influencia mastodóntica de Yoko y sus escarceos conceptuales (¿comerciales?), fuera porque por fin tenía libertad para soltar su desasosiego político, los postureos izquierdosos de Lennon llegaron a poner a prueba la paciencia de la crítica y la prensa, más interesada en sacar titulares sobre tamaña celebrity que dar cuenta de su mensaje, pero también enervaron a la presidencia de Richard Nixon, que intentó deportarle por sus campañas contra la guerra de Vietnam y el propio presidente. Claramente no era una estrella inocua, y sus campañas de revolución pacífica fueron muy sonadas.
Power to the People
En 1971 lanza su segundo álbum, “Imagine”, de nuevo con producción propia y de Phil Spector y buscando contentar a un público más amplio. La producción es mucho más rica, limpia y con arreglos más elaborados. Destacan la presencia de George Harrison como guitarrista invitado y los arreglos de piano, que interpretan Nicky Hopkins (colaborador de The Kinks, The Who o The Rolling Stones) y John Tout. Es un disco más suave y accesible, con el himno antibelicista por antonomasia, la apología pacifista hecha canción, y por desgracia estropeada para siempre por el sobe permanente de la cursilería que es Imagine.
Lennon se permite volver al rock juguetón en Crippled Inside, que podría colar en el disco blanco de los Beatles; exorcizar sus demonios en Jealous Guy, una de sus baladas más aclamadas; retomar sus preocupaciones políticas en Gimme Some Truth (título del disco homenaje editado este mismo año en honor a su 80º cumpleaños) o desquitarse con Paul McCartney en How Do You Sleep?. Varios temas recuerdan a baladas tardías de The Beatles (Oh My Love y How?), y de nuevo Lennon comparte sus cuitas apenas sin filtrar, pero con menos berrido emocional. El álbum termina con Oh Yoko!, una de mis preferidas, puesto que saca su cara más amable y pop en una canción de amor que es a la vez alegre y triste: en mi opinión, es ahí donde se puede atisbar lo trascendental, en esa conjunción incómoda y aparentemente sencilla.
Oh Yoko!
“Mind Games” (1973), uno de sus discos más recordados, fue producido ya sin Phil Spector durante su “fin de semana perdido”, los casi dos años que estuvo separado de Yoko entre 1973 y 1975.
Mind Games
El single homónimo es merecidamente uno de sus éxitos más longevos, una canción acertada y luminosa. Sin embargo, como apuntan algunos críticos, el álbum en su conjunto es algo confuso y carece de dirección clara. Hay temas rock de los que le debían de salir como churros (Tight A$, donde encandila con su voz raspada y su dicción simpática) e instantes disfrutables como Bring On The Lucie (Freeda Peeple), que suena a Crimson & Clover de Tommy James & The Shondells evolucionada en proclama antibélica. Out of the Blue es uno de los temas más destacables por su riqueza, que desenvuelve un lamento folk a una épica con elementos country y góspel, además del pegadizo solo de piano de Ken Ascher.
Out of the Blue
De ese “fin de semana perdido” surge también “Walls and Bridges”(1974), su siguiente disco, más vital y luminoso. Su único single en llegar al número uno, Whatever Gets You Thru the Night, está lleno de vitalidad y guiños a las modas del momento, con alegres armonías vocales y solitos de saxo. Al piano y a los coros, ni más ni menos que Elton John. El tema, desenfadado y juguetón, parece besado por el Bowie de la época (junto al que compuso Fame), que sacaba a principios del mismo año el espléndido “Young Americans” en un brillante escarceo con el plastic soul.
Whatever Gets You Thru the Night
Tras volver con Yoko, entre 1975 y 1980 Lennon se retiró de la palestra y se dedicó casi en exclusiva a cuidar de su segundo hijo, Sean. Tras ese impasse, en 1980 la pareja sacó su último álbum conjunto, “Double Fantasy”, una oda a su reconciliación y a su matrimonio que puso los ojos en blanco a buena parte de la crítica. Incluso así, Lennon seguía siendo Lennon, y dos de los temas del disco, Woman y (Just Like) Starting Over, con su melodía y ejecución Roy Orbison-esca con un toque de Elvis, que suena a revival ochentero de los 50 (¿acabo de definir Grease?), siguen estando entre sus canciones más queridas.
(Just Like) Starting Over
El resto nos devuelve al principio. Como acontecimiento, la muerte de John Lennon a los cuarenta años trascendió lo musical: era una derrota cultural y política.
En 1984 salió “Milk & Honey”, su último álbum con material original, por mediación de Yoko. Es inevitable sentir una extraña tristeza al pensar que su vida fue pasando cada vez más a ser la obra de arte de otra persona. Hay mucha literatura a este respecto. Con todo, a pesar de sus zalamerías conyugales, sus gemidos políticos o su irregularidad compositiva, en la música de John Lennon siempre podremos encontrar el diamante de un talento auténtico. Al final de God, su voz rota de pena relata una larga letanía de desengaño que resuelve así: “I don’t believe in kings / I don’t believe in Elvis / I don’t believe in Zimmerman / I don’t believe in Beatles… I just believe in me / Yoko and me / And that’s reality / The dream is over.”
Las canciones inolvidables que John Lennon escribió nos acompañan ahora, casi cinco décadas después, y lo seguirán haciendo dentro de cinco siglos. Sirva este texto de panegírico sentido pero incompleto. Mientras haya vida, habrá esperanza, y mientras haya esperanza, sonarán los Beatles y, acaso, Imagine. No está nada mal para un terrícola. Gracias, como siempre, y hasta siempre, John. The dream is never over.