Sintetizadores analógicos que ocupan paredes enteras, cajas de ritmo Roland, primitivos secuenciadores y una joven músico que trata de abrirse camino en un entorno dominado por hombres machistas y que encuentra en otra joven su aliada perfecta con el deseo de experimentar y abrir puertas al sonido del futuro.
No hay ambigüedad posible en el enfoque de la película que en su viaje al final de los 70, declara el fin de los días del rock y la psicodelia en favor de la llegada de los instrumentos electrónicos.
Y también es clara la apuesta en la muestra de una colaboración femenina entre las dos protagonistas, alejadas de los excesos «testorénicos» habituales en los biopics musicales donde todo parece basarse en los esfuerzos físicos, sustituidos aquí por una visión en la que se favorece una aproximación a la música mucho más intuitiva.
Y no falta también la parte bulliciosa y farrera que conlleva la música de baile, con una fiesta en el apartamento de la protagonista (Alma Jodorowsky) que no abandonamos, y en la cual hay un porcentaje de moderneo por metro cuadrado difícil de igualar (¿estamos en París, no?)
No faltan las referencias que nos dan una idea del enfoque; posters de Jean-Luc Godard y Tangerine Dream, una portada del Horses de Patti Smith, un coleccionista de discos, pads ambientales que recuerdan al primer Jean-Michel Jarre, Kraftwerk…
La protagonista es joven y preciosa como le dicen constantemente los hombres de la película cuando no la toman en serio como compositora. Esa crítica queda quizá un poco disminuida por los abundantes planos ensimismados que recibe y que junto a una falta de profundidad en los personajes hace que la película se quede en la superficie de los temas sugeridos a pesar de la buena intención que subyace.
Pero esto no será un problema si el esteticismo es lo tuyo, porque entonces también lo será esta película.
