DISCO DEL MES. MARZO 2021

Apreciada lectoría, te animo a que vayas a por el lápiz de ojos y la laca. Hoy nos imbuimos del espíritu de Mad Men y suspiramos pensando en amores perdidos, whiskazo en mano. Se abre paso el quinto álbum de la gran, refinada, vaporosa y repeinada Dusty Springfield: Dusty in Memphis.
A pesar de algunos estilismos a medio camino entre la madre de Carrie y Hola Raffaella, Dusty fue el epítome de la elegancia smooth. Reina de las songstresses británicas, ídolo camp, libró como pudo el duro juego de ser mujer en la industria musical, se opuso al racismo (la deportaron de Sudáfrica por negarse a actuar ante público segregado), llevó bandas de Motown a las pantallas de Reino Unido y tomaba decisiones artísticas que atañían a sus discos anteriores. Que los produjo, vamos, aunque no figurara en ningún sitio.
Feliz con Martha & The Vandellas y la banda de Earl Van Dyke en un especial Motown que se emitió en la televisión inglesa por mediación suya:
Su voz, caracterizada por ese aspirado suave y singular que permite identificarla al instante, también podía alcanzar grandes potencias. Siempre expresiva, pero sin desparramarse, parecía haber nacido para las «big, ballady things» que la hicieron famosa, como You Don’t Have to Say You Love Me o The Look of Love.
En 1968 había una brecha creciente entre lo undeground (y, por lo tanto, guay) y lo pop (nada guay), y sus dos últimos discos no habían funcionado. Incómoda en ese terreno incierto y deseando dar un nuevo impulso a su carrera, Dusty firma con Atlantic para grabar un disco en Estados Unidos y bajo la producción de Jerry Wexler. Legendario periodista musical que acuñó el término rhythm & blues, Wexler produjo o incluso lanzó lo más selecto, de Ray Charles a Led Zeppelin (en el caso de éstos, ¡por consejo de la propia Dusty! Whole lotta respect, amiga). Flanqueado por otros dos productores y arreglistas estrella, Arif Mardin y Tom Dowd, el punto de partida era insuperable. Dusty in Memphis se grabó en el American Sound Studio con un acompañamiento de excepción: la banda de la casa, los Memphis Boys, que habían grabado para los artistas más importantes de aquellos maravillosos años, y, a los coros The Sweet Inspirations, con Cissy Houston (cuya hija, también cantante, igual te suena: se llama Whitney).
Aunque era una artista solvente, cumplidora y de talento incuestionable, Dusty sufría de gran timidez e inseguridad, fruto en parte de su perfeccionismo. No debió de ayudar que le dijeran «Ponte ahí, ahí se ponía Aretha» … Acostumbrada a producir sus discos, se veía ahora rodeada de productores; habituada a cantar sobre pistas con mucha instrumentación, ahora le resultaba extraño grabar «sólo» con base rítmica. Si añadimos el peso fantasmal de que todos sus ídolos, los más grandes del soul, habían hecho historia en esas mismas salas… Tanto fue así que tuvieron que grabar las partes finales de voz en otro estudio. Con todo, el resultado es un compendio equilibrado y elegante que le permite desplegar su amplia y privilegiada destreza vocal.
El primer tema, Just A Little Lovin’, es una suave balada de Cynthia Weil y Barry Mann que adquiere entidad y color a medida que avanza. Dusty se inicia suave y ágil, entrando en materia con la natural voluptuosidad de su voz. No te pierdas el fastuoso vídeo, donde luce un atavío a medio camino entre Cleopatra y la rubia de ABBA, flanqueada por gallinas Caponatas funkys.
En la hermosa So Much Love, de Carole King y Gerry Goffin (dúo compositivo estrella), Dusty se recrea con pasión y elegancia. Igual que en los demás cortes, se percibe que la banda está contenida en volumen, permitiendo que cada matiz de su voz llene el espacio.
Por si te apetece comparar estilos muy distintos, aquí tienes la versión de Blood, Sweat & Tears, más cruda y descarnada, pero estupenda. Mientras que la de Dusty es soul en un vestido de satén, ésta es rock virtuoso y acampanado.
Si has visto Pulp Fiction, este mayúsculo tema de John Hurley y Ronnie Wilkins no necesita presentación. Sin duda la canción más conocida del álbum, Son of a Preacher Man es un portentoso tema de soul rock que originalmente le ofrecieron a Aretha Franklin. La daughter of a preacher man la rechazó, sintiéndola pecaminosa y ofensiva con su bagaje (aunque sí grabó su versión tras oírsela a Dusty). El riff inicial es magnético, una indolencia sureña de media sonrisa, una caída de ojos con bien de rímel. Con elegancia, Dusty cuenta una historia de seducción en la que el poso erótico, aunque velado, es perceptible.
Dos temas del disco son composiciones del gran Randy Newman. La primera, I Don’t Want to Hear It Anymore, es una balada con una peculiar letra sobre desamor y conversaciones oídas sin querer en un edificio de finas paredes y que ya había lanzado Jerry Butler en 1964. Con su rica orquestación, ésta es una de las que más recuerdan a las big, ballady things que Dusty acostumbraba a hacer.
Don’t Forget About Me, fabuloso corte de rock/soul de King y Goffin, empieza como un medio tiempo marcado por la batería y una Dusty ágil, en su elemento, los coros de The Sweet Inspirations certeros y perfectos, y una segunda parte que explota con espléndidas líneas de guitarra y vientos. Dusty demuestra, por si quedaba algún rezagado, que es una cantante soul de pleno derecho. Como dijo Wexler: «No había ningún rastro de negritud en su forma de cantar, no imita… tiene un fluir puro y plateado».
Breakfast in Bed, de Eddie Hinton y Donnie Fritts, es una seguidilla perfecta. Habiéndose quedado satisfecha con los berridos previos, Dusty está aquí relajada y juguetona, agasajando a su invitado. También aquí los magníficos arreglos de vientos acompañan la melodía como una caricia.
La cara B se abre con Just One Smile, también de Randy Newman, una pequeña épica de amor no correspondido, no demasiado ampulosa, pero con suficiente riqueza armónica para que Dusty se luzca en su force tranquille.
Hablando de épica, aquí huele a Oscar. The Windmills of Your Mind, originalmente Les Moulins de mon coeur, ganó el premio a mejor canción por la película El caso Thomas Crown en su versión de Noel Harrison. La melodía, del gran Michel Legrand, es un hermoso recorrido concéntrico que nos transporta a paisajes melancólicos y atribulados. La voz de Dusty es un regalo para esta adaptación, con su algo de decadencia pop, su algo de groove y su bastante de grandilocuencia estilo James Bond.
En este videoclip, Dusty se reporta pionera de la estética disco mum:
In the Land of Make Believe es una composición de Burt Bacharach y Hal David que ya versionaron antes Dionne Warwick y The Drifters. Dusty les confiere a esos agudos una exquisitez digna de Minnie Riperton y un elemento de distante sensualidad. En su conjunto, con las elegantes líneas de sitar, las congas y los arreglos orquestales, la canción se convierte en una ensoñación sugestiva y algo supraterrenal, acorde con su título.
El penúltimo tema, No Easy Way Down, es otra apasionada y agridulce balada de King/Goffin. La producción contiene claramente la sonoridad de la base y los arreglos (sobre todo las armonías, fantásticas pero muy discretas, de los vientos), dando todo el protagonismo a la voz y los coros. Dusty luce esa fuerza y delicadeza, combinación estelar marca de la casa, cantando sobre amores que terminan.
Cierra el disco I Can’t Make It Alone,de King/Goffin. Dusty empieza casi susurrando para clamar en el estribillo que no es fácil admitir que a veces no podemos conseguir lo que queremos sin ayuda de los demás. Sin tener la dicción inmaculada de Ella Fitzgerald (por decir la más de las mases), conviene señalar su inapelable habilidad para encarnarse en cada canción y en cada historia. La letra y la melodía son vehículos independientes, pero igual de poderosos, para trasladar una emoción.
Para Dusty, que lamentablemente no disfrutaba mucho escuchándose, la voz era un instrumento más. Nunca le dio berrear a pleno pulmón como hacen (muy bien, por cierto) otras divas de la canción. Su enfoque era concienzudo y mesurado, sin que eso le reste cuerpo ni estilo a su sonido especial, aunque esté carente de grandes artificios. Y, en el disco, el potencial de sus texturas vocales (y su cardado) llegan a lo más alto.
A pesar de esa producción, músicos y coristas de ensueño, Dusty in Memphis no tuvo mucho éxito en su lanzamiento, el 31 de marzo de 1969. Sin embargo, está entre los mejores de la década y es para muchos el mejor de su carrera. Es un disco sofisticado, en el que cada elemento está perfectamente colocado y nada queda a merced del azar: cada capa, cada riff, cada detalle, cada sonido está donde debe estar. Espero que disfrutes cada sorbo.