Alguna vez me han preguntado por qué me dedico a divulgar música desconocida, algo que os voy a explicar ya que esta es una cuestión que me viene como anillo al dedo para este artículo. Veréis, la bisabuela Notes explicaba siempre una historia que gracias a las maravillas de internet he podido corroborar, a través de unas grabaciones del compositor Ralph Vaughan Williams que se pueden encontrar en Youtube.
Contaba Vaughan Williams que su experiencia musical durante la infancia se basó casi exclusivamente en la música de Handel, que es muy querido en el Reino Unido ya que fue en este país donde desarrolló la mayoría de su carrera a pesar de ser de origen alemán, llegando a obtener las dos nacionalidades. Un día, su familia asistió a un concierto en el que estaba programada una obra de Bach, a lo que el joven Vaughan Williams preguntó a su tía si era adecuado poner a Bach junto a los nombres de los grandes maestros. La respuesta de su tía fue: “Sí, Bach era un compositor bastante bueno, aunque no tanto como Handel, por supuesto».
No os dejéis engañar por la posibilidad de que Handel sea más popular en el Reino Unido por el hecho de ser su hijo adoptivo. Por mucho que a los británicos les guste su querido Handel, la realidad hoy en día es que este compositor vive a la sombra de Bach en todo el mundo, igual que muchos otros compositores del barroco. Lo que quiero decir con esta historia es que la popularidad de las cosas cambia, y lo que un día es popular puede ser superado por su competidor más insospechado el día de mañana.
Por mucho que nos sintamos cómodos con el panorama cultural que nos ha resumido la historia, que nos puede dar la ilusión de que las cosas serán así para siempre, la realidad es que nunca podemos saber qué es lo que sobrevivirá al paso del tiempo y en qué estado. A veces ni si quiera se trata de sobrevivir sino de renacer, como Vivaldi, que a pesar de ser un nombre reconocible para absolutamente todo el mundo, cayó en el olvido durante siglos debido a un golpe de mala suerte en el último tramo de su vida.
Este es el motivo por el que yo, el gran Sherlock Notes, dedico mis escrituras a rascar el fondo de la paella para ver qué puedo rescatar que haya pasado desapercibido, y precisamente hoy voy a rascar a base de bien, porque os traigo un artículo en el que os quiero descubrir un grupo de piezas breves y desconocidas (aunque el compositor no tiene por qué serlo) que pueden tener el potencial de convertirse en clásicos populares el día de mañana, si consiguen encontrar una voz que las haga sonar en los escenarios. Cuando digo que “podrían”, no significa que vaya a pasar, y es que no pretendo hacer predicciones de nada, sino simplemente dar a conocer piezas que tienen características similares a otros hits de la clásica conocidos por todos, como pueden ser melodías pegadizas, armonías atmosféricas, un desarrollo breve pero de gran impacto emocional…
Otra cosa a tener en cuenta es que solo he cogido música a partir de 1900, ya que conocemos en profundidad el repertorio anterior a esa fecha, pudiendo nombrar cada vez menos compositores u obras cuanto más nos acercamos a nuestros días:
Harry Farjeon– A Swan song (1905): Un compositor del que desgraciadamente apenas os puedo contar nada más allá de que en vida fue bastante reputado y que tiene una obra extensa y variada. Farjeon es uno de esos compositores que en su momento tuvo bastante prestigio pero que ha llegado a nuestros días… bueno, que no ha llegado. Su paso por este mundo ha quedado tan olvidado que ya apenas se pueden encontrar partituras de la extensa obra que antes os describía. Descubrí esta pieza por casualidad, gracias al generoso trabajo de los canales de Youtube que se dedican a crear videos de música acompañándola con su partitura, y de hecho, la mayoría de las pocas grabaciones que os encontraréis de su obra en esta plataforma viene de usuarios que se han grabado tocando. Para más inri, si buscáis a Farjeon en Spotify solo os saldrán dos grabaciones de su música. DOS.
Claramente, la historia ha olvidado a Farjeon, lo cual es una pena, porque viendo la sensibilidad de esta bellísima pieza, que está pidiendo a gritos que algún pianista la use de bis o para cerrar algún concierto, creo que este compositor tiene mucho que decir. Ojalá su música caiga algún día en los oídos adecuados (y las manos adecuadas) y presenciemos la recuperación de un nuevo clásico.
Arno Babadjanian– Elegía en memoria de Aram Katchaturian (1978): Si habéis leído mi artículo sobre Schnittke sabréis los malabarismos que tuvieron que hacer los artistas soviéticos para salvar sus carreras. A pesar de que Babadjanian tuvo un gran éxito dentro de la Unión y que se llevó el reconocimiento de políticos y destacados músicos por igual, la opacidad y las restricciones de viaje impuestas por el régimen le impidieron ser conocido en el extranjero. Nacido en Armenia, su música tiene una fortísima influencia de la música tradicional de su país, y esta obra es una muestra de ello. La elegía está basada en una canción de Sayat Nova, una figura trovadoresca del siglo XIX muy importante en la cultura armenia. Babadjanian compuso esta elegía tras la muerte del compositor Aram Katchaturian, que fue su maestro y una fuente de apoyo constante durante su carrera, además de ser quien se percató del talento de Babadjanian durante su niñez y el que propuso que hiciera clases de música.
Friedrich Gulda– Aria (1969): Por fin encuentro una excusa para hablar de mi querido Gulda, que recibe el sobrenombre de “El pianista terrorista” y al que algún día debería dedicar un artículo completo. Gulda es el representante más contemporáneo, exitoso y excéntrico de la figura del pianista compositor, siguiendo la estela de pianistas como Beethoven, Liszt o Rachmaninoff; todos recordados por ser grandes compositores y tremendos intérpretes. Gulda es un caso especial, porque además de tejer una espectacular carrera en la música clásica, también se cultivó mucho en diversos géneros de música moderna, y especialmente en el jazz. A pesar de que en la mayoría de sus composiciones usa géneros clásicos con influencias de estilos como el rock, funk, jazz o incluso el disco; para componer su Aria se dejó inspirar por la tradición vocal italiana, llegando a describir esta obra como un Aria de ópera sin palabras. Originalmente, Gulda incluyó el Aria en su “Suite para piano, piano eléctrico y batería”, pero a base de incluirla en sus recitales de piano se acabó convirtiendo en una favorita de su repertorio, algo que demuestra lo mucho que conectó con la audiencia y que, unido a la libertad para improvisar que ofrece al intérprete, podría acabar convirtiéndose en un éxito entre los pianistas.
Sergei Prokofiev– Vocalización (1944 o 1958): Las dos colaboraciones que Prokofiev hizo con Sergei Eisenstein, el revolucionario director de cine, crearon los que luego han sido dos de los proyectos más famosos en los corpus de ambos artistas: Iván el terrible y Alexander Nevsky, cuyas bandas sonoras fueron adaptadas para las salas de concierto en forma de cantata por el propio Prokofiev en el caso de Nevsky y por un colaborador en el caso de Iván. Originalmente llamada “La estepa tártara” y perteneciente a Iván el terrible, esta pieza tal vez sea la mayor de las rarezas en esta lista: No he encontrado ni una palabra de información sobre ella, no sé quién es responsable del arreglo coral que os ofrezco y en caso de que la busquéis por su nombre original en Spotify o Youtube los resultados se podrán contar con los dedos de las manos. Lástima que la versión para coro que tenemos aquí no sea más conocida, porque es una obra sencilla y emocional que podría convertirse muy fácilmente en un standard del repertorio coral… ¡pero para que eso pase alguien la tiene que escuchar!
Arvo Pärt– Estonian lullaby (2002): Una pequeña joya compuesta ya en el siglo XXI. Esta es una de las dos nanas encargadas por la superestrella de la música antigua Jordi Savall a Arvo Pärt, uno de los compositores contemporáneos más queridos. La música de Pärt es conocida por ser sencilla y honesta a nivel armónico pero con una escritura más indefinida que la de la música de épocas anteriores, con frases largas que parecen perderse en el tiempo y atmósferas basadas en dejar resonar las notas adecuadas durante el tiempo adecuado, siendo esta la dificultad de su interpretación.
Esta obra parece ser especialmente simple, con elementos que podrían aparecer en un ejercicio de cualquier estudiante medio de música, aunque eso no tiene por qué ser algo malo. El propio Pärt dijo “Las canciones de cuna son como piezas pequeñas del Paraíso perdido […] He compuesto estas dos nanas para adultos y para el niño que todos nosotros llevamos dentro”.
Desde luego, tratándose de una nana ya agradezco este acercamiento tan sobrio, ya que cuando escucho una canción de cuna no espero armonías Wagnerianas para orquesta sinfónica, tuba radioactiva y cabra montesa en Si Bemol. Originalmente la Estonian lullaby estaba instrumentada para el conjunto de música antigua de Savall, Hespérion XXI, aunque existen diversas versiones como esta para orquesta de cuerdas y coro femenino, que considero mi favorita.
William Grant Still– Afro-american symphony: Still ya apareció en mi artículo sobre Estados Unidos, en el que inevitablemente también hablaba de la compositora Florence Price, con la que su vida comparte muchas coincidencias. Uno de los muchos logros pioneros que consiguió Still fue ser el primer compositor afroamericano en hacer un estreno sinfónico con una gran orquesta estadounidense, que fue con la Afro-american Symphony, obra en la que mezcló la cultura negra de la época con elementos clásicos ya conocidos: Encontramos armonías de jazz en una orquesta sinfónica tradicional, un banjo en la plantilla orquestal, la estructura clásica de una sinfonía construida con géneros y temas de origen popular… De todas las obras que hay aquí, esta es la que tiene más números para convertirse en un éxito de verdad, y no me extrañaría que dentro de unas décadas lleguemos a ver a Still junto a los nombres de Copland o Gershwin en el panteón de la música clásica estadounidense, con la Afro-american Symphony considerada un clásico como Appalachian spring o Rhapsody in blue.
Gustav Holst– 7 scottish airs (1907): Qué gran frustración la de los compositores cuyo trabajo queda sepultado por una obra que alcanza la fama mundial ¡Su nombre suena tanto pero su obra sigue siendo tan desconocida! Hablo de compositores como Samuel Barber, del que solo se conoce su Adagio para cuerdas, o Paul Dukas con su Aprendiz de brujo, asociado ya para siempre con Mickey Mouse. El propio Holst es víctima de haber compuesto una obra genial, la suite Los planetas, que ha sepultado el resto de su trabajo. Estas 7 escocesas, completamente desconocidas, son un perfecto ejemplo de las joyas sepultadas por las obras conocidas, y creo que a la mínima que alguien empiece a escucharlas y tocarlas podrían convertirse en hit. Se trata de uno de los innumerables casos en los que la música clásica ha bebido de la popular, y especialmente a partir del s XIX, cuando los músicos empezaron a buscar una identidad musical propia para sus países.
Mel Bonis– Barcarolle: En los últimos años hemos asistido al comienzo del ascenso de compositoras como Clara Schumann, Lili Boulanger, Florence Price, Amy Beach… un ascenso lento, pero que sin duda tiene el potencial de elevar sus obras al nivel de conocimiento que merecen. Sin embargo, sigue habiendo un grupo de compositoras que, a pesar de tener un corpus prominente, parecen no poder levantar cabeza. Hablo de compositoras como Cécile Chaminade, Agathe Backer o la que tenemos aquí, Mélanie Bonis (de pseudónimo Mel), que a juzgar por su música podría ser la hermana perdida de Fauré o del Debussy temprano, con el que por cierto compartió clase en el conservatorio. Esta Barcarola tiene las virtudes de mucha música compuesta entre los siglos XIX y XX, y que la ponen en común con varias obras exitosas de sus contemporáneos citados, como los Nocturnos en el caso de Fauré o el Claro de luna en el caso de Debussy: una escritura que nos permite ver que venimos del romanticismo, armonías que vaticinan el sonido moderno e innovador del impresionismo, y una melodía lógica y tarareable.