DISCO DEL MES. SEPTIEMBRE 2021

Todavía me pregunto cómo he vivido tantos años de mi vida de millennial viejoven sin la música y milagros de Sparks. Gracias, Leos Carax, por hacerlos entrar en mi vida por vía del musical Annette. En la sección Sabías qué ya dimos algunas pinceladas del universo de Russell y Ron Mael, un mundo lleno de curiosidad, reinvención, sofisticación, sentido del humor y una cultura visual y sonora que haría llorar a más de un crítico.
Hoy, queridas transeúntes del sonido, hablaremos del disco que nadie esperaba que Sparks sacara para renovarse; el revulsivo que apareció tras varios “más de lo mismo”; el álbum que impidió que se convirtieran definitivamente en uno de esos grupos que pasan a una jubilación tranquila, encasillados en un género cómodo. En su lugar, Sparks hicieron Lil’ Beethoven.
A principios de los 2000, sus últimos discos se habían enmarcado en el estilo del synth pop y la new wave, con éxitos como When Do I Get To Sing “My Way”, que no habían conseguido granjearles críticas entusiastas ni tampoco una cantidad estable de fans. Parecía que se les agotaba la capacidad de sorprender o de salirse de su propio camino de baldosas multicolor. Cortamos a Ron Mael, el hermano bigotudo y serio, que sostiene la mayor parte compositiva del dúo, creando líneas de piano sencillas, más desnudas, grabándolas en el estudio casero de Russell. Resultado: un álbum con influencias más clásicas y sonido más depurado, apartado de los sintetizadores locos y la electrónica fuerte. La canción inicial, The Rhythm Thief, lo declara abiertamente: “say goodbye to the beat”, “oh, where did the groove go?”.
Los títulos, como siempre, no defraudan: How Do I Get to Carnegie Hall? (“¿cómo se va al Carnegie Hall?”) o What Are All These Bands So Angry About? (¿por qué están tan enfadadas todas estas bandas?). Preguntas muy pertinentes, ambas. El uso intenso de cortes melódicos, tanto de voz como de piano, es una de las señas de identidad de Lil’ Beethoven, como es el caso de My Baby’s Taking Me Home. De ésta hay videoclip oficial, es decir, sacaron en promoción una canción que básicamente tiene una sola frase en bucle…
Your Call’s Very Important To Us Please Hold podría ser perfectamente el corte de un musical extraño sobre el demonio de la corporación. La música de Sparks es tan visual, original y colorida que no es necesario tener imágenes que la acompañen para fabular escenas con precisión. Aquí es fácil imaginar a un coro griego rodeando a la frustrada persona que está esperando a que su llamada sea transferida.
Ugly Guys with Beautiful Girls es el acabose. Empieza siendo una suave aproximación poppy y bucólica, lo menos arriesgado e interesante, lo más obvio. Y, de repente, la guitarra de Dean Menta se desata en un riff metalero que te da un guantazo y te recuerda que no te fíes nunca, que esto es Sparks.
Suburban Homeboy funciona de epílogo aparentemente simpático y fácil, pero si prestamos atención a la letra, vemos que se gasta una fabulosa mala leche. Inmediatamente te imaginas una perfecta familia estadounidense, sonriendo con sus dientes perfectos alrededor de una perfecta mesa puesta, pero lo que subyace es disfuncional y siniestro, cuando no peligrosamente triste.
Lil’ Beethoven cosechó elogios entusiastas, que lo ensalzaban como lo mejor que habían hecho Sparks en años e incluso de lo mejor que se había editado en mucho tiempo. A pesar de que gracias a ello se renovó el interés en la banda, no fue un gran éxito comercial. Hoy en día, sin embargo, es un disco de culto y uno de los más especiales, apreciados y originales de su tiempo. Los propios Sparks lo han descrito como la obra decisiva de su carrera.
Éste es un álbum programático como la copa de un pino, aunque no haya “programa” concreto o aparente; es música de cámara fake; es vodevil, es pop; es rock sinfónico, es weird metal (lo he acuñado hoy mismo); es una aventura progresiva que elude clasificación alguna; es un pregunta-respuesta dramática tipo musical emo, es spoken word; es llevar la repetición hasta el trance (My Baby’s Taking Me Home, I Married Myself), es hacer una performance seria y original que, a la vez, deja espacio a la broma y al juego. Su mérito no está en armonías complejas, una (auto)producción de ensueño con millones de instrumentos, virtuosismos huecos o ruiditos miles, sino en seguir esos caminos nuevos que no sabes adónde te llevarán, y hacerlo sin perder el sentido de la orientación, del humor o del estilo. Mucho concepto, sí, pero con la levedad necesaria para evitar tomarse demasiado en serio.
Los videoclips de Sparks, de verdad, no tienen desperdicio.
Cuando terminas de escucharlo, te quedas con una sensación de ligera confusión, un “¿qué diantres acaba de suceder?”, pero que es satisfactoria y te deja ganas de más. Y eso, apreciada lectoría, es de lo mejor que puede hacer un disco.