Killing yourself to live

Chuck Klosterman es un colaborador de medios estadounidenses como Spin, Esquire, Washington Post o New York Times que ha conseguido mucho éxito con los libros que ha publicado en los que aborda de manera desenfadada la cultura popular.
El estilo es autorreferencial, buscando desmontar algunos de los mitos del rock poniendo en duda la sacralidad de muchos comportamientos de fans, músicos y críticos si bien, como el mismo autor admite, es incapaz de observar la realidad si no es a través de la óptica de la cultura popular. Un ejemplo máximo sería el capítulo en el que clasifica a sus diferentes parejas según su parecido con los músicos de KISS.
El libro parte de un encargo que recibe el autor para hablar de la relación de la muerte y el rock, del significado de tantas muertes prematuras ya sea en accidente, por sobredosis, suicidios… Klosterman emprende entonces un viaje por EEUU recorriendo muchos estados para encontrar localizaciones míticas para algunos de los fans de esas estrellas caídas, como los Duane Allman, Elvis o Kurt Cobain. La narración se vertebra a partir de este propósito como si de una road movie se tratara en la cual pueden surgir como banda sonora cualquier tipo de música popular del siglo XX.
El problema es quizá que el autor se enreda demasiado en sus temas personales, sobre todo de líos amorosos, que aportan más bien poco, dejando de lado una exploración más extensa de los sitios visitados o impresiones causadas.
Para aquellos que disfrutaron de Fargo Rock City, supondrá una continuación de la peculiar manera de relatar la vida del autor en relación a la música, con el componente de humor muy presente aunque sin llegar al nivel de aquella.