
Fernando Fernán Gómez fue uno de esos actores, atrapados en la difícil época de la posguerra cuando los actores realizaban papeles alimenticios protagonizando películas muchas veces vergonzosas desde el punto de vista artístico, a la espera de la oportunidad de explotar sus evidentes virtudes.
En su caso, desde muy pronto se puso tras la cámara dirigiendo proyectos propios así como encargos gestando algunas películas de culto como El extraño viaje o El viaje a ninguna parte.
Y ¡Bruja, más que bruja!.
Una auténtica rareza dentro de la filmografía española.
El tema es conocido dentro de la tradición del sainete y la picaresca, presentando a un marido cornudo que se casa con una joven enamorada en realidad no del marido, sino del sobrino. Acompañando la historia, una madre agorera que anuncia la desgracia inminente y una bruja que con sus ungüentos ayudará a los amantes a librarse de la carga del viejo.
Todo ello dentro del ambiente rural decrépito, lleno de supersticiones e ignorancia, habituales en muchas filmografías de los años 70 y 80.
El bizarrismo llega con el toque musical -totalmente imprevisto- caracterizado por la inclusión de fragmentos de zarzuela compuestos por Carmelo Bernaola y que realzan el carácter castizo de toda la obra.
El director recurre a actores amateurs -seguramente la casi totalidad del mismo pueblo de Guadalajara en que fue rodada- para conseguir mayor verosimilitud lo que lastra las escenas corales cantadas que se convierten en playbacks sin movimiento por la torpeza de los extras. Pero, intuyo que Fernando Fernán Gómez ya estaba contento con esa cutrez buscada, ya que cuando el trío protagonista canta, exagera los tópicos del género chico con miradas arrobadas, gestos épicos vacíos y miradas aparte que parecen salidas del teatro decimonónico.
En su estreno fue una película que pasó sin pena ni gloria ni apenas repercusión. Vista desde hoy y comparada con las únicas obras semejantes –Amanece que no es poco y sus secuelas de José Luis Cuerda, obras de reverencia entre parte del público cinéfilo- además del revisionismo del humor de Joaquín Reyes, Muchachada Nui y derivados, resulta de una posmodernidad chocante gracias sin duda a ese acartonamiento y vaciamiento de sentimentalidad que permite dotarle de nuevas significaciones.