
Hay películas que están cargadas de buenas intenciones desde el momento en que son concebidas y, en contra de lo que podría parecer, eso puede volverse en su contra como es el caso de Crescendo.
La historia parece estar basada en la orquesta West-Eastern Divan Orchestra, proyecto muy loable puesto en marcha en 1999 por Daniel Barenboim y Edward Said en un intento de mostrar la posible convivencia entre judíos y palestinos a través de la música erigiéndose en un ejemplo de colaboración entre dos pueblos enfrentados tras graves situaciones políticas que se arrastran desde hace décadas -o siglos más bien-.
Sin nombrar a las personas anteriores, la película muestra un casting hecho en Tel Aviv para encontrar músicos para formar una orquesta clásica que fusiones ambas nacionalidades, y poder realizar varios conciertos. Al frente de la orquesta se coloca un director alemán y una gestora.
Es evidente la buena voluntad del proyecto que sin embargo cae en el buenismo simplificando en exceso las situaciones, cayendo en situaciones estereotipadas y tremendistas y mostrando comportamientos que carecen de la complejidad que sí padece el conflicto real.
Es una película que difícilmente podrá llegar con éxito a alguien que la mire con una cierta crítica, pues no solo de buenas intenciones vive el hombre. La realización ha de cumplir un mínimo.