Una vez más llega el 8 de marzo y, con él, reivindicaciones imprescindibles, comentarios con más o menos tino y las sempiternas polémicas, mayoritariamente vacías. Hay una cosa que está clara y no admite discusión: en la música —como en cualquier otro trabajo, como en cualquier campo de la vida fuera de esas esferas tradicionalmente “asociadas a”—, las mujeres también han tenido que luchar el doble por conseguir la mitad, y no sin toparse con un sinfín de tropiezos de índole muy diversa en la escala de asquerosidad.
Si hoy en día las mujeres que se dedican a la música han podido conquistar escenarios, estilos, carreras y tareas de producción, composición, dirección y gestión, posiblemente más que nunca, es también porque durante las décadas y los siglos anteriores otras mujeres han peleado, en la medida que podían (y querían, por supuesto) oponerse a ser ignoradas o que se aprovecharan de su talento. De Hildegard von Bingen a Clara Schumann, de Josephine Baker a Daphne Oram, de Bessie Smith a Pauline Oliveros, de a Aretha Franklin o Patti Smith a Rosalía, ejemplos inspiradores de convicción, tenacidad y talento no sólo no nos faltan, sino que, so riesgo de acusaciones de cuota y quejumbres lamentables del estilo, debemos seguir sacando a la luz y reivindicando, no de un año a otro, sino día tras día.
Hoy, pues, vamos a disfrutar del talento de cuatro mujeres de la música que nos han dejado este último año. No dejar de escucharlas, de tenerlas presentes, es la mejor forma de que sigan aquí.
La cantante estadounidense Mary Wilson fue una de las fundadoras de The Supremes, junto con Diana Ross y Florence Ballard (aunque ésta fue sustituida posteriormente). Con su voz aspirada, más madura y sensual que la característica (y buscada) dulzura de Diana Ross en los inicios, se decía que estaba más cerca del jazz que de la frescura más pop-soul de The Supremes que tantos éxitos le granjearon a Berry Gordy, el fundador de Motown. Aquí podemos disfrutar de Wilson como voz principal en Our Day Will Come.
Betty Davis fue una cantante de funk que rompía los escenarios con unos atuendos, unos contoneos y una forma de cantar completamente enfurecida y sexualizada. Una energía cruda y radical que dejaba a todo el mundo boquiabierto y que emanaba un poderío y una seguridad apenas vistos, que no encajaban en el estilo generalizado de las cantantes de los primeros 70. Injustamente secundaria en la historia de la música negra, un documental llamado Tales from the Tour Bus, mezclando animación e imágenes de archivo, da cuenta de su vida y su música.
Sin entrar en detalles espeluznantes, si hay alguien que sufrió en carnes lo que significaba ser mujer en la industria pop de los 60 y lo opresivo que puede ser un productor en tu vida, esa es Ronnie Spector. La voz de Ronnie es como un viento suave y cálido que te traslada a ese final de los 60, ese claro referente estético que tomaría Amy Winehouse décadas más tarde y te lleva de paseo por las Malas Calles de Nueva York que Martin Scorsese filmó poniéndola de fondo o por Dirty Dancing, sólo por nombrar un par de ejemplos. Más icónica, como se dice ahora, imposible.
Que no hay verbena sin Raffaella Carrà es una verdad universalmente reconocida, y creo que es una de las mejores cosas que se pueden decir de alguien: transmite una alegría compartida que atraviesa generaciones, opiniones, inclinaciones y orientaciones. Carrà es de todes. Restregó en la cara de una España todavía en dictadura, que apenas empezaba el llamado aperturismo, una liberación sexual completamente inusitada, un sentido del humor y un empoderamiento autoconsciente vestido de ligereza que se abrió la puerta a patadas voladoras. Carrà por siempre.