
Estamos ante una de las películas musicales que más dio que hablar en la década pasada. Y hay unos cuantos ingredientes que lo justifican: el telón de fondo de Hollywood, un musical a la antigua usanza, una pareja protagonista típica del teodioperoteamo así como un puñado de buenas canciones.
El responsable de todo ello es Damien Chazelle, director y guionista claramente volcado en la temática musical como ya demostró con su primera película Guy and Madeline on a park Bench, y sobre todo con Whiplash, cuyo éxito le propició la visibilidad necesaria para embarcarse en un proyecto más ambicioso, como es el caso de La la land.
El interés de Chazelle parece no centrarse en las figuras legendarias de la música, sino que le atraen más los amateurs, artistas marginados, estudiantes de música, profesores, músicos «mercenarios»… Son parte importante de esta profesión pero no suelen formar parte de la ficción que se ve invadida con demasiada frecuencia, de biopics insustanciales sobre figuras universalmente conocidas.
Y en medio de esta dinámica de estrenos un tanto repetitivos destaca La la land contando la historia -siempre típica y siempre rentable- del sueño americano de sus dos protagonistas mientras desarrollan su comedia de sexos. El tratamiento de la luz y de la música lo vincula con los musicales clásicos con algún toque de Baz Luhrman -citado indirectamente- aunque muy leve.
La música compuesta por Justin Hurwitz orbita en torno al tema principal City of stars -ganadora del Oscar a mejor canción- que funciona como leitmotiv que se van pasando y reinterpretando los protagonistas.
En su conjunto es una música extraña al igual que pasaba en su film anterior, Whiplash. Hace referencia al pasado y en este caso a la música swing de los años 30 y 40 pero no acaba de sonar a aquella época y se queda en un híbrido raro que contentará a algunos por su novedad y dejará insatisfechos a aquellos que busquen la réplica total.
Cine independiente americano para todos los públicos si es que existe eso.