El artículo de este mes va a ser algo diferente de lo que suelo hacer, porque la persona de la que voy a hablar tampoco es que fuera muy normal. Habitualmente os propongo un tema sobre el que ofrezco un contexto histórico, para después enumerar y explicar un grupo de piezas que gire alrededor de ese tema. Bien, esta vez me temo que solo voy a poder hablar un poco de historia, porque todas las piezas que os voy a enseñar este mes tienen un origen común: Fueron compuestas por Bach, Beethoven, Rachmaninoff, Liszt… estando muertos.
Sí, damas y caballeros, el investigador musical más humilde, el GRAN Sherlock Notes, está ante su primera investigación paranormal. Para ello, me he visto obligado a adoptar un formato más parecido al de nuestro viejo conocido, el Doctor Terwiliker, en el que, con unos modales bastante superiores a los de ese descocado, os hablaré de la mujer que nos ocupa hoy: Rosemary Brown, que decía componer lo que los grandes genios fallecidos de la clásica le dictaban.
Brown era una pianista amateur sin ninguna formación musical “potente”, que, a una edad madura y tras una serie de desgracias personales, decidió retomar el instrumento que había estudiado de pequeña. Fue en ese momento cuando empezó a publicar un reguero de obras para las que, según ella, los compositores se apoderaban de sus manos para componer obras que no habían podido publicar en vida. Incluso llegó a describir la personalidad de cada compositor, y las conversaciones que tenía con ellos.
Las personas que “contactaron” con Rosemary no solo se limitaron a la música clásica, y ni siquiera a la música. Algunas de estas celebridades incluían a Bertrand Russell, Albert Einstein, Fats Waller, John Lennon (que le transmitió una canción para que los jóvenes se alejaran de las drogas), Carl Jung o Bernard Shaw. Brown publicó incluso una obra de teatro dictada por Shaw.
Llama la atención la baja forma en la que se quedaron estos compositores después de morir. No hay ni rastro de la riqueza en ornamentos tan común en las obras de Chopin, ni las texturas alocadas ni estructura enrevesadas de las de Liszt, y no hablemos ya de Rachmaninoff, donde de repente las notas de sus obras se ajustan perfectamente a la longitud de una mano normal, sin que el intérprete se tenga que preocupar por acordes desmedidos, cinco líneas melódicas a la vez o por el simple hecho de cómo colocar los dedos en el teclado, que en cualquier obra del Rachmaninoff vivo es un auténtico quebradero de cabeza para los pianistas. De verdad Sergei, qué mal te sentó la muerte.
¿Cómo era posible mantener toda esta patraña? Bueno, pues la triste realidad es que la insistencia de Brown con sus contactos con el más alla hizo que se convirtiera en un pequeño fenómeno popular en su época, además de contar con el soporte financiero de músicos de verdad que se tragaron todo esto (habría que ver qué tipo de trastornos debían tener estos personajes).
¡Incluso publicó un CD! En este álbum conservamos la mayoría de grabaciones que quedan de la buena de Rosemary, y si tenéis curiosidad lo podéis escuchar en YouTube.
Ay Rosemary Brown… ¡Ojalá tuviera tanta jeta como tú!