
La primera parte de la década de los 70, fue la época del rock de estadios con mastodontes mediáticos como Rolling Stones y Led Zeppelin, de enormes despliegues de espectacularidad. Si bien el rock tiene sus cimientos en el blues, el tono íntimo de confidencia se había abandonado totalmente y triunfaban las grandes masas como las que abarrotaban los festivales.
Exceso, megalomanía, exhibición, narcisismo, testosterona desbocada, exacerbación, provocación, barroquismo, aceleración, desmesura, gesticulación, atrevimiento…todo esto y más es lo que flotaba en el ambiente y quién mejor para reflejarlo que el cineasta Ken Russell, capaz de todo lo anterior y más.
Esta película es en cierto modo gemela de Lisztomania -también de Russell- y aunque aquella trataba la música clásica, era en realidad para mostrar a Liszt como la primera rockstar de la historia.
Tommy era un musical que habían puesto en marcha The Who, el grupo británico amigo también de los excesos -sus miembros Keith Moon y Pete Townshend podrían escribir manuales de egorock-, y que mostraba la historia de un niño que se queda mudo, ciego y sordo (en resumen, insensible) tras presenciar la muerte de su padre a manos de su padrastro. El musical se convierte así en un viaje por los abusos y descubrimientos de Tommy hasta que logra liberarse.
Por la película desfilan los propios The Who, Eric Clapton, Tina Turner, Elton John, Jack Nicholson… y destaca el sobreactuado (y por tanto adecuado) Oliver Reed. Son casi dos horas de buenos temas de rock -personalmente el de Tina Turner es espectacular- y de exceso tras exceso visual que puede ser disfrutado de muchas maneras.
Incluso para aquellos que se muestren reticentes anticipo solo dos escenas: Elton John jugando al pinball sobre zancos y la iglesia redentora de Marilyn Monroe. Si eso no os motiva…