
En el imaginario de la historia del jazz hay un país que centra nuestra atención: Estados Unidos.
Y una ciudad marca los orígenes: Nueva Orleans.
Y un barrio ejemplifica todo aquello que asociamos con los inicios de esta música: Storyville, lugar de perversión con múltiples bares y burdeles, de delincuencia desatada y donde nacieron las primeras figuras cuya voluntad no fue nunca la de ser grandes estrellas sino la pura supervivencia.
Buddy Bolden, King Oliver y Louis Armstrong fueron las primeras estrellas, asociadas a la corneta, la trompeta y los bajos fondos.
Es dentro de este Storyville romantizado y nebuloso donde Ondaatje sitúa la narración de la historia del primer gran músico de jazz del cual tan solo nos queda una foto y ciertas historias que se difuminan entre la oralidad y lo apócrifo.
Así, la narración se envuelve y retuerce en lo temporal y en lo sensorial, los personajes deambulan por la novela sin rumbo establecido y como marcados por un destino que no puede depara nada bueno, marcados como están por relaciones de dependencia entre los protagonista cuyo futuro es marcadamente negro.
Y en medio de esta oscuridad y agonía vital se alza la música como expresión del alma, como único medio de conjurar los miedos y las penas para transformarse en alivio del que escucha.