
Película belga que recoge la historia de Farinelli, el castrati más famoso de la historia, que cantó para reyes y nobles de toda Europa, convirtiéndose en una estrella conocidísima.
Al drama personal por ser castrati -y evidentemente ser castrado y por lo tanto no poder tener relaciones sexuales nunca- o derivado de ella, se suma la incertidumbre que sigue a Farinelli ya que debido a una importante promesa hecha a su padre, decidió no separarse nunca de su hermano y vincularse a él en cualquier empresa musical, al ser el compositor de la música que él cantaba.
Surgirán rivalidades y envidias entre los hermanos que se desatarán tras conocer a Haendel, uno de los compositores más importantes del momento, que no tiene tanto éxito como ellos -al menos en la película-, pero cuya superioridad compositiva ambos reconocen.
Es un gran drama en la línea de El maestro de música, obra también de Gerard Corbiau o de Todas las mañanas del mundo que ayudaron a crear una imagen un tanto oscura de la música clásica en épocas precedentes.
La puesta en escena y ambientación son impecables -y marcados por el trabajo anterior del director en óperas- y seguramente favorecieron su candidatura al Oscar a Mejor Película Extranjera.
El autor se muestra siempre partidario de presentar a los artistas como seres malditos por encima del bien y del mal, arrastrados por su arte o circunstancias personales hasta caer en ocasiones en el melodrama.
Sin duda, la mejor parte recae en la ambientación tanto visual como musical con buenos momentos musicales ensuciados tan solo por el sufrido playback.