A lo largo de toda la historia de la música, y especialmente en el siglo pasado, ha habido compositores que han poseído un mundo propio con una personalidad inmediatamente reconocible, en el que ellos mismos se han dejado llevar para después mostrarnos sus experimentos y hallazgos, además de las técnicas que han usado, los diversos géneros musicales en los que se han inspirado… con lo que su obra acaba siendo un mundo ecléctico e inagotable, donde no paramos de hacer hallazgos y sorpresas. Algunos ejemplos que han pasado por aquí son Alfred Schnittke, Friedrich Gulda o nuestra caradura favorita, Rosemary Brown.
Pues bien, el compositor que hoy nos ocupa es de esta quinta, porque la obra de Olivier Messiaen es un universo lleno de temas recurrentes y sonoridades muy peculiares, que te revelan en cuanto te topas con ellas a quién estás escuchando. De hecho, es tan transparente esta relación entre sus intereses o experiencias y sus composiciones, que a diferencia de otros artículos en los que primero os cuento la vida del compositor y luego la obra, aquí vamos a poder ver una cosa a través de la otra.
Antes de empezar, tal vez estaría bien decir que soy perfectamente consciente de que, cuando uno habla de música contemporánea, el público sale espantado cual bandada de estorninos. ¡Fiaros de mí, leñe! ¡Que el título no lo he puesto en vano! En este artículo os encontraréis piezas de un gran lirismo con las que no os costará nada conectar y otras que os pondrán a prueba, y será vuestro criterio el que decida hasta qué punto estáis dispuestos a darle la mano a la música de este peculiar compositor, así que… ¡Vamos allá!
Morceau de lecture à vue: Esta pequeñísima composición, que bien podría ser un sketch de Debussy, fue compuesta cuando Messiaen trabajaba en la École Normale de Musique, en París, y sirvió como prueba de lectura a vista para los exámenes de piano de 1934. A pesar de su brevedad, esta pieza es un claro ejemplo de algunas de las armonías más representativas de Messiaen, además de una bagatela misteriosa.
Preludes: Messiaen escribió sus preludios para piano a los 20 años, siendo todavía un estudiante de Paul Dukas. A pesar de que podemos ver ecos del impresionismo, que tanto caló entre los músicos franceses de la época, podemos ver cómo Messiaen ya tenía claro incluso a una edad tan temprana lo que serían las bases de su lenguaje musical. También es muy destacable la facilidad con la que un joven Messiaen podía crear atmósferas y sugerir las imágenes a las que el título de cada preludio hace referencia. En esta grabación podemos escuchar el primer (y más famoso) preludio de la mano de Yvonne Loriod, su segunda mujer, una excelente pianista que se convirtió en un referente para la interpretación de la música de su marido.
Fetes des belles eaux: Esta suite de 8 piezas fue compuesta como “banda sonora” para una instalación de fuentes en la Exposición Universal de París de 1937. Es probable que os suene un poco marciana, y eso se debe a la instrumentación que Messiaen escogió para esta obra. Está compuesta para un grupo de 6 ondes martenot, un instrumento que se puede considerar precursor del theremin, y que Messiaen utilizó mucho en su obra. Además, su cuñada era intérprete de este instrumento, con lo que tuvo a alguien de confianza con quien probar sus composiciones.
Thème et variations: Una obra que probablemente para mucha gente esté en el límite entre lo escuchable y el ruido, ya que alterna momentos muy melódicos y expresivos (como el principio, la primera variación y el final) con otros extremadamente disonantes y explosivos. Messiaen compuso esta obra como regalo de bodas para su primera mujer, Claire Delbos, que desgraciadamente sufrió una amnesia permanente siendo aún bastante joven tras someterse a una operación, pasando el resto de sus días internada en un hospital psiquiátrico.
Quatour pour la fin du temps: Probablemente su obra más famosa, con un historia tras ella igualmente célebre. Durante la Segunda Guerra Mundial, Messiaen se alistó en el ejército, donde sirvió como sanitario. Durante el conflicto, fue capturado por los nazis y enviado a un campo de concentración. Allí se le permitió seguir con su labor musical, y de este modo escribió el Cuarteto para el Fin de los Tiempos, estrenado también en el campo de concentración junto con otros músicos allí presos. En este cuarteto se halla el momento más icónico de toda la obra de Messiaen, que es su quinto movimiento, donde el cello y el piano interpretan una transcripción de una de las piezas de Fetes des Belles Eaux. Este y el último movimiento son los únicos momentos de calma total de todo el cuarteto, momentos que debieron ser un refugio de paz y esperanza en medio de aquel infierno.
Vingt regards sur l’enfant Jésus: Messiaen era un hombre profundamente religioso, una religiosidad que le llevó a embarcarse en uno de los proyectos más monumentales de toda su carrera, los 20 regards, que describen diversas escenas de la Biblia relacionadas con la infancia de Jesús. Por lo general, este ciclo está en un terreno más disonante y abstracto, siendo una obra difícil de escuchar. Sin embargo, podemos encontrar momentos que nos tienden la mano para entrar en el mundo de esta obra, como es el caso de la primera pieza, que parece una hipnótica invitación a conectar con lo que se nos va a explicar después.
Vocalise: No hay mucha información acerca de esta vocalise, más allá de que Messiaen la pensó también para ser un estudio que ayudara a la cantante a mejorar su técnica. Para quien le resulte extraño, las vocalises son un tipo de composiciones para voz que no tienen letra, cantándose solo con vocales (de ahí el nombre) y fijándose más en el ámbito puramente musical.