¡Qué alegría, apreciada lectoría! Hoy se cumplen 50 años de uno de los álbumes más importantes e influyentes del rock y uno de mis favoritos de todos los tiempos: Transformer, de Lou Reed.
Desde la celebérrima portada, que llamó mucho la atención por su retrato de alto contraste y un poco andrógino del cantante (obra del gran Mick Rock), hasta el personal involucrado en su grabación, gracias a Transformer Lou Reed consolidó su éxito como roquero transgresor. Pasó de ser un artista de culto, que hacía cosas muy modernas con la ayuda de Andy Warhol y su galería de personajes del Nueva York de finales de los sesenta, a ocupar su merecido sitio en el olimpo del rock. Lo consiguió por mérito propio, sin lugar a dudas, pero también with a little help from his friend David Bowie, que produjo el álbum y se ocupó de proporcionarle unos coros magníficos y un coproductor, guitarrista y arreglista glorioso: su Mick Ronson, en aquel entonces partenaire de escenario y estudio.
El disco se compone de 11 canciones, entre ellas algunos de los mayores éxitos de la carrera de Reed en solitario. Varias las compuso cuando aún formaba parte de The Velvet Underground, banda germinal que plantó una semilla cuyos frutos recogería después todo aquel que quisiera ganarse el apelativo de alternativo o vanguardista. También fue una de las más influyentes de ese rock artista y performer, rayante a ratos y luminoso a otros, cool siempre. Bowie, que admiraba el trabajo de Lou Reed, se lo llevó a los hoy desaparecidos estudios Trident de Londres, donde grabaron Transformer en agosto de 1972. A los mandos de sonido, el ingeneniero Ken Scott, que había trabajado, además de con Bowie, con Elton John, Pink Floyd, Procol Harum o los mismísimos Beatles.
Transformer se abre con Vicious, una introducción pegadiza, aparentemente simple, como siempre con Lou Reed, que te envuelve con su voz de pseudocrooner tirado, pero cuyas letras, filo intelectual y habilidad (anti)emotiva te agarra por las tripas y créeme que no te suelta.
En la preciosa Andy’s Chest, Reed hace alusión, poético y desmenjat como es él, con cierto cariño, pero desprovisto de todo sentimentalismo, al atentado de la activista Valerie Solanas contra su amigo y dios del arte pop Andy Warhol, al que disparó en el pecho. El artista sobrevivió por los pelos, pero sobrevivió. De fondo, unos cálidos y esmerados coros de Bowie y una entrada rítmica memorable tras la primera estrofa, desnuda, pero aguerrida, con Herbie Flowers acometiendo magistralmente esa línea de bajo que lo mece todo. Es imposible no dejarse llevar de la mano de Lou, aunque a ratos sea áspera. Swoop, swoop, oh, baby rock, rock.
Mick Ronson, como decíamos, fue guitarrista principal y compuso los arreglos orquestales del disco, entre ellos los de la maravillosa Perfect Day (donde también toca el piano), un himno de amor al más puro estilo gran ciudad: beber sangría en el parque, dar de comer a los animales en el zoo, ir a casa, ver una película, olvidarse de uno mismo. El contrapunto que le da esta canción a una escalofriante escena de la película Trainspotting sigue erizando el vello de la nuca de cualquier persona con un mínimo de corasonsito. Los versos del ocaso de la canción, con esa suave caída de piano, se te clavan en la memoria: recogerás solo lo que siembres. You’re going to reap just what you sow…
Lou Reed ideó un mundo de canciones donde toda clase de personajes, fuera cual fuera su sordidez predilecta, sus vicios, sus virtudes, su posición social o su identidad de género, podía verse representada, cantada, vista. Hablaba de hombres que se maquillan, de chicos que luego son chicas, de aspirantes a cura, de drogas y excesos, de figuras marginales que actúan protegidos por las sombras. Tenía versos para un artista de talla internacional como Warhol y para los desechados de los bajos fondos y, pesar de lo controvertido de su contenido para 1972, el disco tuvo mucho éxito.
Y entre esos éxitos, la sublimación de la tónica-subdominante, el súmmum de la épica atmosférica, medio musitada, medio spoken word; de una línea de contrabajo que te llevarías al otro barrio, de un coro de ángeles cañeros que no quieres que termine (cortesía de las Thunderthighs). Dentro, historias y personajes que no duermen, como la ciudad en la que Lou Reed vio y vivió cosas que tú y yo ni siquiera podemos imaginar, y que contaba con una naturalidad que ya le gustaría (o debería) a mucha gente hoy. A esa gente le receto un paseo por el lado salvaje.
Walk On The Wild Side fue censurada en algunos lugares por la letra, aunque, curiosamente, los censores de Reino Unido no pillaron algunas frases, de modo que Lou Reed le cantó a las ondas británicas un par de cosas que harían escupir el té a más de uno, de haberlo entendido. Hay referencias a personas transgénero, traficantes de drogas, actos sexuales, prostitución y otras realidades de los márgenes (pero también de la órbita de Warhol, es decir, en contacto con la vanguardia). Todo regado con la crudeza y honestidad de un artista que jamás pensó que este sería uno de sus mayores himnos.
Reed compuso Satellite of Love, otro de los temas más queridos del disco, cuando aún estaba en The Velvet Underground. Con una letra bastante random que mezcla la fascinación por los satélites y la carrera espacial con unos celos extremos por las infidelidades de la pareja, su fabuloso crescendo culmina con unos coros tremebundos de Bowie en un momento vocal inspiradísimo. El propio Lou Reed hablaría de ello en un documental, admirando los agudos y la musicalidad de su amigo, el sofisticado dandy inglés. Pom, pom, pom…
El disco tiene dos momentos claramente jocosos. Digo «claramente» porque hay muchísimos guiños que podríamos desgranar tras muchas escuchas. El primero es New York Telephone Conversation, un divertimento que entraña cierto sentido del humor socarrón de Lou Reed, en un relato de las frivolidades de la vida social neoyorquina: las fiestas, las ropas, te has enterado de, a que no sabes quién, sabes lo que le ha dicho tal a, etcétera. Just a New York conversation, gossip all of the time.
Pero no es que Lou Reed te cuente Nueva York. Lou Reed es Nueva York. Un Nueva York que puede parecer imaginario, de tan lejano, del que no quedan más que recuerdos: esa vida en la calle, el desfile de personajes, la mugre, la furia, el humor cruel, la noche, la alevosía, el arte, la muerte y la vida, la hipocresía y la verdad, la poesía, la magia. Como decía una reseña de The Guardian, ahora, en Nueva York, el éxito manda y el fracaso no es poético. Reed lo contaba porque lo llevaba cosido a la piel, estaba imbuido en cada fibra de su ser. Un poeta que amaba el rock, un descastado de la superficialidad de la cultura de masas que amaba el arte.
Finalmente, después de I’m So Free, un tema sencillo, pero correcto, muy glam y masticable, el disco cierra con Lou Reed en puro modo Kurt Weill, en su segundo mayor momento jocoso: Goodnight Ladies. No me explico cómo Bob Fosse no quiso colar esta canción en el musical de Cabaret, a pesar de lo sexy, decadente y hastiado de la voz de Lou Reed mientras nos cuenta una noche de sábado solitaria en la que no pasa nada que le parezca mucho más interesante que cenar viendo la televisión y colocarse un poco. El título surge de un poema de T.S. Elliot, The Waste Land, que, a su vez, se inspira en el último monólogo de Ofelia en Hamlet. Goodnight Ladies es un colofón superelegante y seductor que como broche aparentemente ligero no puede funcionar mejor, con la elegante tuba (de nuevo Herbie Flowers) y un deje de la jazz age que quita el sentío.
Y hasta aquí este apasionado recorrido por un disco que, puede decirse sin temor al chascarrillo, fue transformador para quien suscribe, que lo escuchó una y otra vez en la post-adolescencia. Hay que maravillarse ante el talento de Lou Reed para contar historias y cantar hablando (¿Dylan, alguien?); el cariño despegado, pero sin engaños, por sus personajes, y sus melodías y armonías sencillas, pero tan bien resueltas, tan hábilmente tratadas por producciones y arreglos magníficos. Sin ser necesariamente una «gran» voz (si nos ponemos técnicos sin que nadie nos lo pida), la de Lou Reed es, en todos los sentidos, una voz única. Y Transformer amalgama todos los talentos de ese tipo hosco, serio, inalcanzable y cool cuya sensibilidad, poética, mitología protopunk y canciones nos seguirán haciendo una compañía muy preciada. Happy Birthday!