¿Tenéis idea de cuántas veces he intentado sacar a un músico del género en el que se ha especializado y se le ha quedado cara de inútil? Demasiadas, en mi opinión. No estoy criticando el hecho de que no entienda otras músicas, porque al fin y al cabo eso requiere cierta familiaridad con el estilo que sea, sino que os estoy hablando de que… ¡Ni siquiera sabía cómo disfrutarla!
Hay pocas cosas en esta profesión que me den más rabia que los “profesionales” que tratan a la música como si fuera un armario, y cada género fuese un compartimento aislado que nada tiene que ver con el de al lado. Y así, me he encontrado con clásicos para los que no hay vida más allá de Ravel, jazzeros que creen que la música debió nacer por combustión espontánea a principios del siglo XX o poperos a los que escuchar a Nirvana o Metallica les hace sentir como arqueólogos que han encontrado un tesoro de la antigüedad más remota.
Muchas veces, estos casos vienen amplificados por un egocentrismo desmesurado respecto a su género, que se manifiesta en pensamientos como “Bueno, lo que hace el otro no está mal… PERO”. Y ojo, no nos engañemos, esto no es algo exclusivo del presente, pero si bien creo que estas actitudes pueden llegar a entenderse en el pasado, debido a la falta de conexión que ha tenido el mundo hasta hace apenas un par de décadas, en nuestros días carecen de sentido alguno.
Lo que os propongo esta vez es una serie no solo de obras, sino también de situaciones y momentos de camaradería entre representantes de diversos géneros musicales, con la clásica como eje central. Veamos cómo se han relacionado los músicos más abiertos de cada género…
André Previn y Oscar Peterson improvisan juntos:
Tras una larga y tendida conversación acerca de música, anécdotas personales, las diferencias entre sus respectivos mundos y la improvisación en el jazz; el versátil André Previn, director de orquesta y pianista, además de ganador de 3 Oscar a la mejor banda sonora, acabó esta charla-conferencia uniéndose al piano con Oscar Peterson, uno de los pianistas de más peso en el mundo del jazz (literal y figurativamente hablando). El gran abrazo y la sonrisa que se dedican al final lo dicen todo acerca de este encuentro, que os recomiendo que lo veáis entero aquí a poco que entendáis el inglés.
Keith Jarret y Chick Corea tocando Mozart:
Además de ser auténticos iconos del jazz, tanto Corea como Jarret han incorporado muchos elementos de la clásica a sus carreras. De Chick Corea podréis encontrar fragmentos de conciertos o ensayos en los que ha tocado Bach, Mozart, Chopin, Bartók, Scriabin… Y en el caso de Jarret, su discografía cuenta con una cantidad considerable de grabaciones clásicas, tanto de compositores canónicos como de música más contemporánea. No es de extrañar, por tanto, que estas dos personalidades se atrevieran con el genial concierto para dos pianos en Mi bemol de Mozart, una de sus grandes composiciones en este género. En este vídeo les vemos tras acabar el concierto, repitiendo el tercer movimiento como bis.
Béla Bartók, Contrastes y la formación original:
Benny Goodman fue una figura muy importante del jazz en su época, y tanto él como su orquesta gozaron de una grandísima popularidad en la época del swing. Al igual que los dos artistas anteriores, se adentró en el mundo de la música clásica, y aún a día de hoy conservamos algunas de sus grabaciones, siendo la del concierto para clarinete de Mozart tal vez la más interesante. En el caso que os traigo, no solo interpretó la obra, sino que además fue el responsable de su existencia, porque se la encargó al compositor. Goodman ya había estrenado obras de compositores como Copland o Hindemith, pero en el caso de Contrastes, la pieza que encargó al húngaro Béla Bartók, acabó interpretándola con el propio compositor y Josef Szigeti, uno de los grandes violinistas del siglo XX y buen amigo de Bartók
Lang Lang y Metallica en Pekín:
Que sí, que podremos criticar a Lang Lang todo lo que queramos, y seré el primero en reconocer que sus interpretaciones no siempre están hechas con el mejor gusto, pero ¿Cuándo fue la última vez que un músico clásico se convirtió en un embajador de su género a un nivel tan popular? Y por favor, no me contestéis James Rhodes… Personalidades como Lang Lang son buenas para darle un poco más de visibilidad a la música clásica, y para hacer ver que los clásicos se pueden colar en más situaciones de las que la gente cree. En este caso, le podemos ver actuando junto a Metallica por segunda vez, ya que la primera fue en los Grammys de 2014, una actuación que repitieron unos años más tarde, cuando los miembros del grupo actuaron en la capital china.
Milhaud y el Dave Brubeck Octet:
Darius Milhaud fue un compositor clásico que sentía auténtica fascinación por las novedades musicales de su época, entre ellas el jazz. Viviendo en Estados Unidos y enseñando en el Mills College de Oakland, tuvo de alumno a Dave Brubeck, que por aquel entonces tenía el ojo más puesto en la clásica que en la moderna. Milhaud no solo le animó a que siguiera el camino del jazz, para el que claramente tenía más aptitudes, sino que le puso en contacto con otros alumnos suyos para que tocaran juntos y emprendieran proyectos, iniciativa de la que salió el Dave Brubeck Octet, donde también se encontró con Carl Tjader y Paul Desmond. En las pocas grabaciones que hizo este grupo durante su corta existencia podemos escuchar auténticas rarezas musicales, fruto sin duda de las clases con el maestro Milhaud.
La trilogía de Bowie/Glass:
Durante los 90, el compositor Philip Glass decidió emprender un proyecto muy curioso, que consistía en llevar al mundo sinfónico la “Trilogía de Berlín”, el tríptico de álbumes de David Bowie que este gestó durante la época que estuvo residiendo en la ciudad alemana, y que destacan en su discografía por ser trabajos más experimentales y arriesgados, para los que contó también con la ayuda de Brian Eno.
La intención de Glass no fue simplemente hacer transcripciones clásicas de las canciones de Bowie, sino tomar esos universos sonoros como inspiración para crear su propio material, en el que de vez en cuando podemos escuchar algún guiño a canciones concretas, y es que como dijo el propio Glass, “Del mismo modo que los compositores del pasado se basaron en la música de su tiempo para crear nuevas obras, el trabajo de Bowie y Eno se convirtió en una inspiración y punto de partida para una serie de sinfonías propias”.
Y para cerrar el artículo, un vídeo que me parece muy bello. No lo digo solo por la excelente música que aparece en él, que también es un buen motivo, sino por el contexto en el que suena. Lo que estamos presenciando aquí es un concierto ofrecido por tres genios del piano, cada uno con una perspectiva diferente de la música:
Chick Corea, pianista de jazz que hizo incursiones en la clásica; Nicolas Economou, pianista puramente clásico; y Friedrich Gulda, pianista clásico que hizo incursiones en el jazz (que por cierto, también podéis encontrar una versión del concierto antes comentado de Mozart por Gulda y Corea). En un momento de este concierto, Gulda toca en solitario una conocidísima melodía de Bach…
Y entonces vemos a dónde quería llegar yo ¿Acaso da la sensación de que Gulda esté chuleándose ante el público por tocar Bach?¿Percibís altanería por su parte hacia el jazz de Corea? ¿Tiene Corea pinta de estar aborreciendo la interpretación? ¿O de pensar que no está mal pero que su género es superior?
Yo diría que la respuesta a todas estas preguntas es no, y de hecho, lo único que veo es a tres músicos disfrutando de la música, uno compartiéndola y dos recibiéndola.
Al final, un músico que realmente se preocupe por su arte siempre estará encantado de descubrir algo nuevo, y de poder disfrutar de cuanta más música mejor. Obviamente, todos tenemos nuestros gustos, y alguno habrá al que no le gustará el pop, la clásica, el hip hop… pero por cada cosa que no guste habrá 20 más que nos harán vibrar, y quienes se empeñen en vivir en su pequeña burbuja musical no harán sino revelarse como narcisistas estéticos, que solo lograrán atrofiar la curiosidad y capacidad de asombro del público al que logren envenenar con su estrechez de miras.